Hoy más que nunca, el mundo tiene necesidad de manantiales puros; nuestra existencia no puede continuar degradando el agua que llevamos a la boca o la misma calidad del aire que respiramos. La ocupación de espacios para las actividades humanas debe realizarse de forma justa. Todo requiere de una distribución armónica que mejore nuestra propia vida. Los cuidados de los nacimientos son culminantes para el futuro de la especie humana y de su propio hábitat. Ahí está la importancia del fluido cristalino para frenar epidemias y enfermedades infecciosas, o esas masas forestales imprescindibles para darnos energía, que debemos proteger en todo momento, lo que implica una gran responsabilidad colectiva, que requiere la colaboración conjunta de las personas, en todas las latitudes. Ya está bien de engañarnos unos a otros, de vociferar buenos propósitos y hacer lo contrario, esto trastorna el ambiente y daña a la sociedad. Debemos cultivar, antes de que sea demasiado tarde, la experiencia de una evolución, de un cambio de pulso en la misión del deseo, porque la esencia de vivir es dejar huella, para que prosigan otros caminantes trazando nuevas rutas.
Indudablemente, cada instante de vida tiene sus fuentes que hemos de custodiar entre todos. La interdependencia es pública y notoria. Trabajemos, pues, unidos. No malgastemos el tiempo. Hemos de activar, con urgencia, una atmósfera más nítida. Además de batallar por un mundo más justo y menos desigual. Nos merecemos, sin exclusión alguna, un níveo bienestar integral. En consecuencia, tenemos que asegurarnos de no dejar a nadie en el camino. Al igual que ningún país del mundo puede certificar, no tener problemas de derechos humanos, tampoco podemos afirmar que todas las especies puedan continuar creciendo y desarrollándose cada día, debido en parte a la ausencia de esos transparentes recursos naturales que necesitamos para alentar nuestros pasos y permanecer activos. Sabemos que el incoloro, inodoro e insípido elemento, es principio de todo paso; sin embargo, aún no llega de forma segura a un gran número de seres humanos, sobre todo a los más pobres, donde el agua potable todavía es inaccesible para muchos. Son estas miserias, precisamente, las que nos desequilibran, restándonos fuerza de subsistencia.
Desde luego, nunca podemos caer en el desánimo, por muy tristes que sean los aconteceres. Tenemos que dejarnos envolver por el viento impetuoso de los sueños y siempre estar en camino. El gozo del buen ánimo hace florecer hasta las piedras. Resulta saludable, por consiguiente, que todos los líderes mundiales tomen el coraje del sentir y discutan cómo asistir a los países más golpeados por la crisis causada por el COVID-19. Junto a este desvelo, también tenemos que proteger más y mejor nuestros propios manantiales armónicos, ya que si hay algo que revela la conexión entre la salud humana y la naturaleza, ha sido la pandemia del coronavirus, que nos insta a salvar esa cantidad de linajes que están en un riesgo inminente de extinción. Por desgracia, hemos globalizado este espíritu corrupto que todo lo divide y criminaliza, en lugar de propiciar otro obrar más sereno, de entrega y solidaridad hacia el análogo; porque no es el dolor el que hace al torturado, sino la causa. Y en este sentido, las procedencias egoístas nos dejan sin mundo interior. Cuidado con la gente cuya ponencia existencial nunca se modifica, ya que todo requiere renovación; de lo contrario, será igual que el agua estancada, que no mueve molinos y además engendra reptiles en su percepción.
No me gustan viandantes con revestimientos y de ningún modo resentidos. Nos impide verles y mirarles, sobre todo para percibir que caminan hacia adelante y hacia lo alto, abriéndose a la belleza del encuentro. Esta presente aura que respiramos entre sí, ha de hacer que nos entendamos, ya que nos envenena en lugar de reconciliarnos. Sea como fuere, tampoco es de recibo continuar lamentándonos. Lo importante es regenerarse, modificar planteamientos, transformando ambientes que favorezcan la crianza de esa flora y fauna que nos pone una sonrisa en los labios y hasta nos injerta alas de satisfacción. Al fin y al cabo, todo ha de manifestarse en poesía; si los cielos emanan la gloria del verso, la tierra ha de manar el goce de habitarla. Jamás trunquemos las hermosuras de la naturaleza, si acaso trabajemos por mejorarlas, en absoluto por destruirlas.
Por eso, se me ocurre pensar, que tal vez sea bueno acelerar la transición hacia una caudal ecológico y digital. Desde luego, el futuro espacio mundial de innovación ha de crecer en plataformas digitales, pero también en escenarios verdes, sin venderse a intereses espurios de mercados que nos impidan respirar, avanzando en esa reconstrucción ecológica, en comunión con todo lo que nos rodea y que son gérmenes de savia. Dejemos, de una vez por todas, de dar la espalda al paraíso por el que nos ha tocado transitar, para mejorarlo y no para convertirlo en un cúmulo de tinieblas. La responsabilidad es nuestra, de todo ciudadano. Impliquémonos entonces.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
21 de marzo de 2021