Hay que entenderse siempre con lo armónico, hacer piña y contribuir a que la vida de cualquier caminante sea gozosa, antes de que nos sorprenda la muerte en cualquier esquina.
Por eso, nunca es tarde para rescatarse de las miserias y contribuir, a que la alegría se universalice como lenguaje. Que la concordia nos gobierne en todos los caminos vivientes, será un buen modo de crecer y de encontrarse uno mismo junto a los demás. Al fin y al cabo, todos los interrogantes de la existencia humana, responden a cómo comunicarse con otros, a cómo convivir entre sí y a cómo renacer unidos. Ahí radica el conocimiento del significado viviente.
Entendamos que concurrimos muchos al viaje, además muy diversos, lo que nos exige confluir donándonos y perdonándonos mutuamente, ya que nadie puede disponer del andar a su capricho. En efecto, tampoco somos dioses, hemos de practicar la solidaridad para contribuir a crear atmósferas comprensivas, que es lo que verdaderamente nos acerca y nos libera de los tropiezos del sendero. No son fáciles los tiempos que el mundo vive. El sufrimiento de la gente no cesa. Será saludable, pues, ofrecer nuestro apoyo. Ya está bien de utilizar la venganza en vez del abrazo; el desprecio en lugar de la acogida.
El viaje histórico a Mosul, capital de la provincia iraquí, del Papa Francisco, precisamente se ha trazado bajo esa aspiración, la de recobrar los corazones destrozados de dolor. Necesitamos, desde luego, no malgastar el tiempo al servicio de nuestros propios intereses egoístas, personales o de grupo, sino al auténtico servicio del amor. Lo realmente significativo es escucharnos, ¡nunca callar voces!, recapacitar y repensar para que la destrucción y la muerte dejen de arruinarnos como especie.
Nuestra historia de inútiles contiendas debe cesar cuanto antes. Pongamos oído, puesto que todas las guerras nos destruyen el espíritu humano, y activemos las amistades. No podemos ser tan necios y perpetuarnos en batallas, que lo único que dejan tras de sí, es un rastro de tumbas y riadas de lágrimas. Hagamos lo que el Papa Francisco, modifiquemos la oratoria, hablemos con el alma, llevemos siempre con nosotros un mensaje de quietud. En este sentido, la riqueza de Iraq reside en una sociedad plural, formada por personas de todas las religiones y de todos los grupos étnicos. No malgastemos este patrimonio que nos enriquece. Estamos llamados a reencontrarnos, sin obviar en ningún momento que todas las savias son trascendentes. Maduremos, por consiguiente, que la vida no es tolerable, cuando cuerpo y espíritu viven enfrentados. Si no hay una sensatez natural entre nosotros, difícilmente vamos a poder sobrellevarnos en armonía.
La reconciliación, subsiguientemente, es el fruto al que todos, absolutamente todos, estamos llamados. Nuestra mayor sanación es la cercanía de corazones. No podemos continuar sembrando penas, cuando sabemos que la vida de cada uno es también la de todos. Prescindamos de amargarnos con absurdas pesadumbres. Nuestra misión es vivirla y dejarla vivir. Cuando esto se impide, no cabe duda, que tiene que actuar la justicia, como un derecho para todos. Sin duda, la rendición de cuentas, basada en pruebas, es esencial para evitar el peligro de que tales delitos o incumplimientos de normas, se repitan en el futuro. No olvidemos que la memoria del pasado, forja el presente y nos hace avanzar hacia un horizonte de diálogo y clemencia, por si mismo.
Sea como fuere, nunca es tarde para enmendar rutas, protegiendo los vínculos que nos mantienen fusionados y resguardando nuestras particulares raíces. Lo nefasto es caer en la desolación. Mediemos con una entrega generosa, apagando el abecedario de las armas, encendiendo el silabario de los latidos y el silencio, que es lo que nos une y nos hace iguales. El tratamiento que nos fraterniza, en consecuencia, ha de desertar del rugido entusiasta del rencor, para eternizarse en el asombro de las voces nobles, uniformadas en lo auténtico y en las diversas expresiones. Una locución complaciente siempre nos tranquiliza, facilitándonos la convivencia. Tengámoslo presente en todo instante. Dejémonos ser como ramas de un tronco común, dispuestas a poblar la tierra y a repoblarla de frutos. Nada mejor, entonces, que alentar y alimentar ese patrimonio forestal enérgico y en comunidad.