Mientras escribo esta columna faltan poco más de dos horas para que cierren los colegios electorales en Estados Unidos bajo la expectación de una contienda cerrada marcada por la tirantez y la polarización de una sociedad cada vez más escindida por la política del odio.

            Los mercados internacionales han votado inclusive porque se vaya Trump, ha sucedido con el rally de los mercados bursátiles: la bolsa francesa ha subido 2.44%; el parqué español tuvo un alza del 2.52%; la bolsa inglesa finalizó al alza con 2.33%; también subió la bolsa germana con un 2.55% y la italiana ganó un 3.19 por ciento.

            La mayor parte de los medios de comunicación europeos  incidieron en la preocupación que ocupa a muchos analistas y expertos en encuestas e interpretación electoral: el margen  de la victoria entre uno y otro candidato.

            Las apuestas del otro lado del Atlántico dan a Joe Biden ganador pero se tiene el temor de que el día después de las elecciones se abra una caja de Pandora poselectoral con impugnaciones y hasta acusaciones de fraude con Trump totalmente echado para adelante presionando desde la Casa Blanca a la instituciones y tribunales encargados y por otro lado, azuzando desde sus redes sociales a sus seguidores.

            La noche más larga  podría convertirse en el día más largo, el margen de la victoria será clave para Biden, aunque su contrincante en tono bravucón ya ha dicho públicamente que “no le gusta perder”.

            A estas elecciones lo único que les hace falta es un ríspido escenario poselectoral, con gente en las calles matándose entre ellos, bajo ese odio que el propio Trump ha dedicado a sembrar tan minuciosamente a lo largo de su mandato.

            En datos duros preocupan los 19 millones de armas que han sido compradas por los ciudadanos en los últimos siete meses, es verdad, que la pandemia da argumentos para pensar en la seguridad  personal; pero el ciudadano norteamericano promedio, armado y encolerizado, es bastante incontrolable.

            No caería nada bien días y semanas de incertidumbre acerca de quién al final quedará al frente del gobierno para los próximos cuatro años, sobre todo porque Europa desea con toda vehemencia que un triunfo de Biden termine reconduciendo la política internacional hacia la cordura del multilateralismo.

            Si gana el candidato demócrata será el presidente más veterano en la historia de la democracia norteamericana, no son pocos los analistas que ponen en tela de duda que finalice su mandato.

            Se le ha visto cansado frente a un vigoroso Trump al que inclusive el propio coronavirus no logró del todo sacarlo de la campaña, quizá nos hubiese gustado verlo en bata de hospital, entubado y derrotado por el virus chino.

            Sin embargo, esa salida con los puños en alto, con la mascarilla fuera en el balcón de la Casa Blanca como vencedor de la enfermedad le catapulta como un hombre con una imagen fuerte frente a un envejecido Biden.

A COLACIÓN

            La política que también es fuerza y resistencia abre ese paréntesis de duda: ¿tendrá el vigor Biden y por supuesto los demócratas en resistir un conteo de votos? ¿Resistirán la presión de la calle?

            ¿Terminará Biden como en su momento lo hizo, el también demócrata Al Gore, aceptando la victoria de su contrincante republicano George W. Bush? Quizá otra historia muy distinta hubiese sido para la geopolítica si Al Gore hubiese gobernado en 2001 y no Bush.

            Lo de Al Gore y Bush puede quedar eclipsado por los resultados electorales entre Biden y Trump; el primero impugnó y el resultado demoró más de un mes;  el propio colegio electoral dio ganador a Bush por un puñado de votos en Florida.

            ¿Escenario indeseable? Llegar a diciembre sin saber si gobernará Biden o Trump, y hacerlo con gente violenta protestando en las calles sería un grave error en momentos en que la  pandemia nos ha desgastado anímica y económicamente.