La arena terminó por cubrir los búnkeres erigidos por orden de Hitler en dos playas de La Haya, al igual que enterró los dolorosos recuerdos que evocan, pero desde hace unos años estos vestigios de hormigón armado se desentierran para los turistas y en nombre de la memoria nacional.
La red subterránea de búnkeres y de túneles que se extiende a los pies de las dunas forma parte del Muro del Atlántico, construido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para defender 5 mil km de costa, desde el norte de Noruega al sur de Francia, de una ofensiva de los aliados.
La región de La Haya era percibida como especialmente vulnerable, debido a sus grandes extensiones de arena. Hitler ordenó en 1942 la edificación en mitad de las dunas y de los bosques de más de 870 casamatas, de las cuales un poco más de la mitad, 470, fueron encontradas en la actualidad.
Una parte de estos búnkeres son el refugio de murciélagos durante el invierno, los otros están ahora abiertos al público.
En 2008 voluntarios del Museo del Muro del Atlántico, en la periferia costera de Scheveningen, emprendieron la restauración única e inédita de un búnker de diez compartimentos en los bosques cerca de esta localidad, para mostrar el día a día de los soldados alemanes.
Un teléfono de la época, una señal en alemán advirtiendo a las tropas que “el enemigo está a la escucha”, el frescor húmedo del lugar y el confinamiento hacen viajar casi 75 años en el tiempo.
“Actualmente se siguen encontrando” búnkeres, cuenta Guido Blaauw, un hombre de negocios apasionado por la Segunda Guerra Mundial, y que compró uno al gobierno, en la zona de Clingendael, donde el jefe nazi austriaco Arthur Seyss-Inquart, más tarde ejecutado por crímenes de guerra, tuvo su propio refugio subterráneo.
En la inmediata posguerra, Holanda condenó estos molestos vestigios y durante décadas fueron abandonados, convirtiéndose en terreno de juego para los niños de la zona o en puestos de mando de alta seguridad del gobierno holandés durante la Guerra Fría.
Pero para muchos, todavía son un recuerdo de la dolorosa ocupación alemana de Holanda, según Deirdre Schoemaker, portavoz de la Fundación Europea por el legado del Muro del Atlántico.
Entre 1940 y 1945, más de 100 mil hagacomitenses fueron expulsados de sus viviendas en La Haya por los alemanes y miles de casas, siete escuelas, tres iglesias y dos hospitales fueron destruidos para erigir estas fortificaciones.
Además, los búnkeres fueron construidos por trabajadores forzados holandeses, con la colaboración de empresas locales que esperaban poder sacar provecho de la guerra.
Por lo tanto no sorprendió a nadie que durante la liberación de la ciudad en mayo de 1945 los hagacomitenses decidieran enterrarlos bajo la arena, para sepultar el recuerdo de una “dolorosa historia” de la que “la gente no hablaba”, explica Deirdre Schoemaker.
Sin embargo, estos diez últimos años, la imagen de los búnkeres cambió. “La gente se abre cada vez más y se sienten más cómodos para hablar de ellos, incluso con turistas alemanes”, constata la portavoz de la fundación europea.
En 2014, varias asociaciones que trabajan a favor de abrirlos al público crearon el “Día de los búnkeres”, que cada vez tiene más éxito. El pasado mes de junio, más de 10 mil curiosos visitaron “al menos tres o cuatro” de ellos a lo largo de la costa holandesa y, por primera vez este año, de la costa belga, añade Deirdre Schoemaker.
Con motivo de este evento anual, los búnkeres cerrados el resto del año se abren al público por un día.
Una manera para los que vivieron la guerra de enfrentarse a este pasado dramático, según Schoemaker.
“Las personas mayores, testigos de la guerra, que no soportaban encontrarse frente a los búnkeres, se muestran más interesados ahora”, constata también Guido Blaauw, que piensa transformar el suyo en museo y en sala de conferencias.
Para el turista Sebastian Frank, un enfermero alemán de 31 años, los búnkeres simbolizan una parte de la historia que hay que mirar de frente, “para que no vuelva a suceder”.