La inquietud artística llevó a Pablo Picasso a elegir materiales inesperados para trazar sus pinturas. Para él, el excremento no debía sólo quedarse en el baño, pues poseía cualidades muy específicas que buscaba plasmar en sus cuadros.
Así lo reveló su nieta, Diana Widmaier Picasso. “Mi abuelo usó un cotonete con heces de su hija Maya (mi madre), entonces de tres años para pintar una manzana en la pieza Still Life de 1938”.
Para Picasso, el excremento de una niña recién alimentada por su madre “tenía una textura y color acre únicos”, añadió Widmaier.
La repulsión que la mayoría tenemos hacia este particular material se tornó en asombro para Picasso. Ya desde 1933, el autor del Guernica contó al escritor André Bretón que deseaba usar popó seca para una de sus naturalezas muertas, específicamente aquella que producían los niños cuando comían cerezas sin quitarles las semillas.
Incluso, asegura el sitio The Art Newspaper, anécdotas señalan que algún día se le preguntó al pintor español: “Maestro, ¿qué haría usted si se hallara en prisión, sin ningún material?”. Él contestó: “Pintaría con mi excremento”.