Bienvenida sea la motivación. Qué alegría da empezar a estudiar algo nuevo y que la hora pase volando. Qué animado estás cuando un vídeo te lleva en volandas para que hagas un rato de ejercicio.
Con qué ilusión empiezas a ahorrar o a trabajar concentrado un par de horas seguidas. ¡Guau! ¿Y mañana? ¿Tendrás ganas de repetirlo?
Los seres humanos tendemos a sobreestimar nuestras capacidades en este terreno. Pensamos que sí nos portaremos bien y que sacaremos de algún lado la fuerza de voluntad. ¡Claro que repetiremos! Mañana y los días que hagan falta.
Pero la que habla es la emoción del momento. Y recordemos que las emociones son cambiantes. La motivación de hoy quién sabe dónde andará mañana.
Las emociones son las que nos mueven en muchas de las decisiones que tomamos. Y -qué pena- no siempre podemos influir sobre ellas: Tengo 10 segundos para inspirarme. Mmmmm… ¡Conseguido!
No siempre funciona. Por eso tanta gente abandona aquello en lo que puso tanta ilusión en un principio (el hobby, el ejercicio, etc.).
La motivación no va a ser la misma todos los días. Y tampoco todos los días vamos a ser perfectamente racionales, eligiendo el ejercicio en lugar de quedarnos acostaditos un rato más.
Llega el hábito al rescate
Frente a la caprichosa motivación y al esfuerzo monumental que supone tomar la decisión acertada TODOS los días, encontramos una solución convincente para los objetivos de largo recorrido: el hábito.
El hábito no depende de emociones y requiere menos energía para ejecutarse. No hay conflicto apenas. Llega la hora fijada y… ¡hala, en marcha!
El progreso se nota una barbaridad. Ya me dirás. Continuamente estás dando un pasito tras otro y, cuando miras atrás, te dan ganas de comerte a besos de todo lo que has recorrido. Además, no te cuesta seguir andando como en los primeros días.
El punto es que hace falta adquirir el hábito. En algún lugar tenía que estar la dificultad.
A diferencia de lo que creen algunas personas, el hábito no se construye invariablemente haciendo hoy dos horas de “eso” (la acción que se trate) y obligándote a repetir una y otra vez. Es un tiempo excesivo para un elemento nuevo en la rutina.
Y tampoco es precisa una constancia impecable. Los hay que se deprimen por fallar unos cuantos días y mandan su objetivo a la porra.
Es más eficaz una acción pequeñita repetida con regularidad, para que el cerebro se acostumbre a “eso”. Y, ya que forma parte natural de nuestra vida cotidiana, añadimos más tiempo o complicamos el asunto.
Cuando adquieras el hábito, te harán menos falta los vídeos o las frases motivacionales. Tomarás menos veces la decisión de saltarte un día. Y, créeme, notarás el progreso.
Bueno, mejor no me creas: ¡compruébalo