Hace 12 años nació sin ojos por una condición asociada al enanismo. Tiene las piernas algo encorvadas, la cabeza grande y se para un poco torcido. Son algunas de las características de “Smiley”, un golden retriever que a pesar de su discapacidad, ha podido seguir adelante y hacerle honor a su nombre (significa “sonriente”).

Según una publicación del Washington Post, Smiley es un perro certificado y entrenado para realizar terapias. Ha trabajado en asilos, escuelas e incluso en la librería local, donde ayuda a los niños en Stouffville – su pueblo natal – a 30 millas de Toronto.

“Siempre pensé que este perro estaría en la tierra durante un tiempo corto, por lo que quiero compartirlo lo más que pueda”,  asegura su dueña Joanne George, de 42 años.

George, una ex técnica veterinaria, rescató a Smiley hace casi una década, en un criadero de perros que estaba siendo investigado por malas condiciones. La mujer junto a una colega fueron enviadas a aplicarle la eutanasia a cerca de 20 canes que requerían tratamiento médico.

Finalmente, ambas optaron por llevarse a algunos de esos animales para buscarles un hogar. Dieron el aviso a clínicas veterinarias y encontraron un lugar para todos, menos a uno: nadie quería a Smiley, que en ese entonces tenía 2 años.

“Era muy nervioso y se ponía muy ansioso al entrar a una casa”, escribió George en su blog en ese entonces. “Se encogía de miedo cada vez que escuchaba el sonido de otro perro comiendo. Las cicatrices en su cara y orejas me indicaron las historias que debió haber vivido con tantos perros en condiciones deplorables”, explicó.

Estuvo mucho tiempo tratando de encontrarle una familia. En medio de esa búsqueda, se preguntó por qué no lo dejaba con ella. Ahí tomó la determinación de que Smiley sería suyo.

A partir de entonces, empezó a sociabilizar con él, a hablarle sobre visitar a su abuela a un asilo, y se dio cuenta que tenía una llegada especial con la gente. Por eso decidió entrenarlo para que se convirtiera en un perro terapeuta. “Es un atributo en los perros que se puede enseñar”, afirma su dueña.

Joanne George explica que en los últimos años, Smiley ha estado enseñando a la gente a “vivir el momento”.

El año pasado, en su visita semanal a una librería local, el perro se sentó junto a una niña autista que nunca había podido concentrarse en algo por más de unos pocos minutos. Durante un programa de lectura para niños con necesidades especiales, la pequeña se quedó mirando las páginas de un libro por 30 minutos junto a Smiley. “Su madre quedó impresionada de que fuera capaz de hacerlo”, dice George.

No obstante, Smiley también ha sumado nuevas dificultades con los años. Hace algunos meses se rompió un disco en la espalda, justo sobre su cola. Su dueña explica que se debe a un exceso de uso. “Nunca para de mover su cola. Siempre está feliz”, dice.

“No hay que dejar de prestar atención a un perro rescatado, especialmente si tiene necesidades especiales. No importa de dónde vengan. Si Smiley pudo, cualquier perro puede”, concluye.