Está visto que el factor humano es decisivo para todo, también para impulsar una vida más armónicamente sustentable e inclusiva. La adopción de modelos económicos orientados a la baja emisión de carbono, así como un mayor respeto a los derechos de los trabajadores, han de contribuir a que el escándalo de las disparidades hirientes sea menor, y por ende la miseria deshumanizadora se contenga.

De igual forma, urge poner fin a los muchos conflictos existentes, y para ello es menester lograr acuerdos globales para un desarrollo sostenible.

La moderación es vital para poder avanzar en el espíritu de la armonía, en el abecedario del diálogo. También hay que hacer mucho más en la lucha contra la siembra del terror. En muchos países perduran modelos culturales y normas sociales de comportamiento que son más destructores de vida que constructores de existencias.

El sufrimiento de inocentes cada día es mayor, en parte por nuestro insensible y alocado estilo de vida. Cuando una sociedad se encamina irrespetuosamente hacia la desvalorización del ser humano como tal, acaba por no encontrar la motivación necesaria y tampoco la energía suficiente para atajar su propio absurdo.

Por eso, conocer la verdad de nuestros propios hechos históricos debe plantearnos un compromiso inédito y creativo, ciertamente muy globalizador. Se trata de ahondar en nuestras propias raíces y de buscar, todos juntos, la supervivencia y la continuidad de nuestra exclusiva especie.

                Precisamente, la celebración en 2015 del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto (27 de enero), coincidente con el setenta aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y la fundación de las Naciones Unidas, deben hacernos reflexionar sobre estos tiempos convulsos y de incertidumbre que vivimos. En esta introversión hemos de estar toda la humanidad, puesto que todos hemos de sentirnos responsables de todos, permaneciendo vigilantes frente a la intransigencia, las ideologías extremistas, las tensiones comunitarias y ante cualquier discriminación de las minorías. De una vez por todas, liberémonos de las atrocidades y unamos nuestras fuerzas por un mundo de igualdad, dignificando a todas las personas. No podemos, ni debemos, permanecer indiferentes ante este mar de dolores, o quedarnos sólo en el recuerdo, hemos de avivar, sobre todo desde los sistemas educativos, los pilares de la tolerancia, el respeto hacia los demás y los derechos humanos. Ha llegado el momento de la acción, el ser humano no se puede destruir asimismo, envenenado por el odio. Por desgracia, hay una violencia persistente y radical que sigue ahí, con su afán destructor y su voraz pugna devastadora. Obligatoriamente, la enseñanza del Holocausto debe hacernos ver, lo cruel que es el factor humano cuando deja de combatir la intolerancia de algunos de sus moradores.

                Por tanto, como vengo reafirmando desde siempre, tenemos que activar una mayor comprensión entre los pueblos, las religiones y sus culturas. Además hemos de impulsar a los países para que consoliden la democracia, la estabilidad y la promoción de sus ciudadanos en un estilo de vida más acorde con el espíritu humanitario. Quizás tengamos que desenmascarar a los falsos líderes, y pasar a una actitud más vinculante con el excluido. Se trata de poner fin a toda una cultura que margina, que rechaza sin miramiento alguno, incapaz de construir un mundo más equitativo y hermanado, un orbe más de todos para todos. La sociedad tiene que tener otro comportamiento menos intransigente hacia las personas migrantes, hacia los refugiados, hacia aquellos que piden clemencia. Todos los pueblos del mundo han de saber escuchar a los que relatan sus horrendas vivencias y, bajo la mano tendida siempre, ver que otro hábitat puede ser posible, tan solo con la comprensión tendríamos parte del camino andado. El ser humano puede rehacerse y renacerse, de igual modo, fraternizarse, transformar la ira y el dolor en manantial de luz, de progreso y justicia, de sabiduría en definitiva.

                En cualquier caso, el mal triunfa si el factor humano permanece impasible, se deja vencer por la desesperanza y rehúye de la verdad. El hecho de que las Naciones Unidas tributen y rindan testimonio sobre el horror, a mi juicio, es un argumento incuestionable para aprender y para inspirarse en acciones conjuntas y urgentes. Por consiguiente, defender la veracidad, proponerla con humildad, pero también con persuasión, testimoniarla en suma, me parece un buen impulso para el cambio. Por desdicha, aún no hemos aprendido a amarnos como especie, sobre todo lo demás. Amar es querer siempre el bien y trabajar junto a él por ese valor. Vale la pena el esfuerzo, sobre todo para que avance la historia de la familia humana, la misma comunidad de los pueblos y naciones. Creerse dominadores y autosuficientes ha inducido al ser humano a ser altanero, egoísta, y a pensar que la felicidad y la de los suyos, es lo fundamental y lo demás accesorio. Pienso, en consecuencia, que es bueno recordar. ¿Cómo puede un ser humano sentir tanto desprecio por una vida humana? Las actuales imágenes de tantos rehenes prisioneros, secuestrados por Estados intransigentes, nos dejan sin palabras. Les recordamos a todos, pero no con deseos de venganza o como un incentivo más al odio, sino para comprometernos aún más con la justicia. Sólo un mundo ecuánime, equilibrado por sus ciudadanos, puede hacer parar tanto sufrimiento.

                El dolor humano es tan extensivo y cruel en el panorama actual, que si en esos momentos de tristeza nos mostramos cercanos, ayudamos a sobrellevar el sufrimiento mucho mejor. Naturalmente, inmovilizar, contener a cualquier injusto agresor, es tan lícito como preciso. Ahora bien, debemos tener memoria. Muchas veces, con este pretexto de paralizar al agresor injusto, las potencias se han adueñado de pueblos y han hecho una genuina guerra de conquista. Evidentemente, un solo país no puede determinar cómo detener a un indigno criminal en un orbe globalizado. Después de la Segunda Guerra Mundial, surgió la idea de las Naciones Unidas: es allí donde se debe dilucidar, y al fin decidir. Fue en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se consagraron los principios de los derechos humanos para todos los pueblos del mundo.

                Y justamente este año, la conmoración del Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, gira en torno al tema: “la libertad, la vida y el legado de los supervivientes del Holocausto”, lo que nos hace pensar en los muchos fracasos en la prevención de genocidios, pero también en los muchos aciertos llevados a buen término para que las atrocidades sean cada vez menores. Efectivamente, nunca más debería ninguna persona tener que soportar la consternación que simbolizó el Holocausto. Con esta lección aprendida, sepamos, en efecto, que únicamente trabajando unidos podremos prevenir este repelente y mundializado delito, aglutinador de actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo humano, o a la misma especie, y poner término a la impunidad. Por otra parte, si educamos a las nuevas generaciones acerca de este terrible episodio de nuestra historia, estoy convencido que podremos ayudar a defender la dignidad humana de todos. Sin lugar a dudas, que sí. El factor humano, es cierto que lo puede salvar todo (o casi todo), pero de la misma manera lo puede devastar también todo (o casi todo). Alerta, pues.