El planeta llamea por todos los costados. El desprecio a la vida humana lleva consigo estos sanguinarios efectos. Un ser desenfrenado es insociable por naturaleza. Carece de afectos. Su pasión no es la razón de vivir, sino la razón de matar para satisfacer sus caprichos altaneros. La desolación lo contamina todo, y es tan brutal el contagio de locuras, que las pupilas de nuestros ojos empiezan a sentir miedo a poco que caminemos por la vida. Sin duda, el aluvión de estampas crueles son tan fuertes que nos dejan sin aire para poder respirar. La producción de absurdos es verdaderamente galopante. Todo este campo de salvajismos, ciertamente nos desborda, pero lo realmente nefasto, es que nos acostumbremos a convivir con este tipo de violencias, violaciones, inhumanidades en definitiva.

Esta siembra terrorífica del terror no puede dejarnos indiferentes a nadie. Ha llegado el momento de la acción conjunta. Si en verdad nos sentimos una gran familia, estos dolorosos acontecimientos, han de cesar. Por eso, hay que derrotar como sea, los crímenes contra el aprendizaje y contra la inocencia de tantos niños que asisten a la escuela. De igual modo, hemos de vencer cuanto antes a los malhechores que autorizan, protegen o tapan, cualquier monstruosa hazaña. Asimismo, es una profanación de la religión proclamarse terrorista en nombre de un Dios creador, que precisamente es todo lo contrario, amor verdadero. Y en cualquier caso, la ley del talión no es el camino más adecuado para incentivar una convivencia en paz.

Las tinieblas solo pueden ser disipadas por la luz del entendimiento y la comprensión. Al igual que el odio sólo puede ser encaminado desde el amor. Hace falta, pues, espigar otros abecedarios que nos abran la mente hacia climas de convivencia. Quizás el lenguaje de lo armónico pueda ser el gran instrumento de unión. Sabemos todos que el mutuo respeto es vital en toda relación humana, especialmente entre personas que profesan una determinada cultura o creencia religiosa, pero lo acaecido en Paris contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”, es un verdadero ataque contra la libertad de pensamiento y de expresión. Las opiniones y las ideas han de fluir libremente. Cualquier libertad, la de amar, o la de movimiento, no es menos sagrada que la libertad de poder pensar. De lo contrario, sin ese poder de pensamiento, nos convertiríamos todos en auténticos fanáticos.

Pobre de aquella sociedad que no le dejan pensar, o no sabe pensar, o no quiere pensar, tampoco sabe vivir. En el fondo son las relaciones entre todos nosotros lo que da sentido a la vida; a una existencia en la que estamos inmersos y llamados a respetarnos, desde una actitud de consideración y estima hacia el otro, por muy dispar que nos parezcan sus ideas. Bajo estos sentimientos, pienso que las religiones pueden hacer mucho bien, haciendo crecer interiormente a la persona. Desde luego, para alcanzar este objetivo, las familias, las escuelas, la enseñanza religiosa, puede ser clave, pero también los medios de comunicación social tienen un papel clave que desarrollar, y para ello, han de sentirse libres e independientes.

Por otra parte, jamás pensemos que una guerra, por necesaria o justificada que parezca deja de ser un horrendo crimen. Igual sucede cuando herimos a alguien en su dignidad o traficamos con su persona, no deja de ser un crimen. Por consiguiente, no sólo habrá que neutralizar a quien lo ha cometido, al fin todos nos vemos obligados e implicados a participar incondicionalmente en favor del ser humano, en favor de una vida digna, de una vida que respete toda existencia humana. Todos tenemos derecho a vivirla y nadie puede truncarla. Tenemos que aprender a valorarla. Y también tenemos que aprender a querernos como ciudadanos de una misma especie. Dejemos, en consecuencia, los santuarios del crimen en paz y subamos al tren de los soñadores. Soñar otro mundo posible puede que sea la actividad estética más antigua, pero también la más necesaria.