Tan importante como vivir pienso que es sentirse bien uno consigo mismo. Por desgracia, las circunstancias, el mismo ambiente contaminante o las diversas formas de entender la vida, hemos de reconocer que ayudan bien poco, por no decir nada, a ese completo bienestar físico, mental y social, que propugna la mismísima Organización Mundial de la Salud. Realmente, uno tiene que gustarse y, para ello, muchas veces hasta ha de comer y beber lo que no le gusta, hacer lo que no hace, y, por supuesto, ser persona responsable con su cuerpo, que debe de agitarse en su justa medida, mientras la mente reposa lo preciso. Todo lo inverso a lo que propicia la sociedad actual, más ensimismada en saciar apetencias sin control alguno, que en establecer criterios educacionales de compromiso con una vida sana. Seguramente, en el equilibrio está la virtud, para dar valor a todos los ceros de nuestra propia existencia; no en vano, somos felices en la medida que tenemos robustez, fortaleza, energía en definitiva.

Efectivamente, si la forma física ha de cuidarse, no menos la salud mental, que nos aporta ese equilibrio de estado emocional de una persona con su autoaceptación. Al fin y al cabo, uno tiene que aceptarse para quererse, desde el autoconocimiento y el autoaprendizaje. Sin duda, lo primero que hemos de aprender es a decir ¡no! a cualquier práctica nociva, que nos haga sentir mal. Tampoco el estrés nos puede dominar a su antojo. Somos una sociedad estresada, que unido al poco ejercicio físico, acrecienta el sobrepeso y la obesidad, lo que contribuye a sentirnos agobiados y cansados. Por cierto, un estudio recientísimo publicado en la revista Lancet Oncology, reveló que un alto índice de masa corporal (IMC), que mide la proporción de grasa en el cuerpo, dividiendo el peso de una persona en kilogramos por su altura en metros al cuadrado, se ha convertido en un importante factor de riesgo de cáncer, especialmente aquellos que afectan a las mujeres, como el cáncer de mama en la postmenopausia.

Si las investigaciones en salud son fundamentales para avanzar hacia la cobertura sanitaria universal, no menos importante ha de ser el compromiso de todos los agentes sociales en mejorar nuestros naturales estilos de vida. Aún queda mucho por hacer. Si realmente queremos un futuro libre de enfermedades, debemos mantener la inversión, el compromiso y la innovación para alcanzar la meta. Por ejemplo, hagamos camino al andar, y se me ocurre que sería bueno, que coincidiendo con el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA (1 de diciembre), se acelerasen los progresos, para poder así llegar a todas las personas que carecen de acceso al tratamiento y a los servicios relativos al VIH. Igualmente, resulta fundamental la información genética que cada individuo trae en sus genes, sobre todo para prevenir enfermedades. Desde luego, si las buenas costumbres, como puede ser el hábito del ejercicio físico, y una buena disposición hacia estilos de vida saludable (dietas equilibradas), son ingredientes fundamentales en el compuesto de la salud de una persona, en otro polo se situarían los hábitos tóxicos, entre los que cabe destacar el alcohol y el tabaco como una de las fuentes más perjudiciales.

A propósito, decía una escritora francesa, Françoise Sagan, que la felicidad para ella consistía en gozar de buena salud, en dormir sin miedo y en despertarse sin angustia. Resulta así evidente que cada ser humano necesita disciplina para ese equilibrio de hábitos saludables, no el placer de un instante, sino un modo de vivir garante, que incluye también la renuncia a una ingesta incontrolada de productos tóxicos, que nos los tomamos muchas veces como si fuesen agua. Para esta mentalidad mundana, que hasta llega a envenenar el aire que respiramos y a construir botellódromos (espacios donde los jóvenes se reúnen para beber) con el dinero de todos, la forma de vida saludable no pasa del papel, o de las meras buenas intenciones, facilitando todo lo contrario a ese ansiado estado pleno, al que todo ser humano tiene derecho, por su propia dignidad de persona. A diario se producen tantas puñaladas en la salud de la sociedad humana, que habría que poner orden y concierto a la multitud de incoherencias, que desde las mismas instituciones a veces se fabrican. Ciertamente, la vida carece de valor si no nos produce complacencias. Entre éstas, la más meritoria es la sociedad que cuida al cuerpo como a la mente, suaviza el temperamento de sus ciudadanos, alegra el ánimo de la gente y protege el estado de bienestar o de salud para todos. En esto, como en todo, menos predicación y más implicación.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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26 de noviembre de 2014.-