Estoy convencido de que somos exploradores de vida, nos ensimisma indagar en nuestro propio origen y en nuestro personal destino, buscamos en la profundidad de nosotros mismos tantos versos olvidados, la íntima esencia de los espejos del agua que nos circundan, nuestra innata naturaleza de caminantes en medio de los murmullos del gran orbe, somos así, la aurora y el atardecer, la vida y la muerte, la contradicción y la sensatez.
Cada uno toma su senda y se adhiere a ella, según su natural hallazgo. De ahí que nos merezcamos la libertad de vivir según los principios éticos descubiertos. Este es el gran reto en un mundo globalizado como el actual, donde muchos ciudadanos no pueden ser ellos mismos, persiguiéndoles hasta el extremo de aniquilarlos. No importa que defiendan su especifico camino, connatural a la inseparable esencia de la persona, se les tortura y se les machaca hasta su congénita dignidad.
Ante estas duras realidades, la labor de las Naciones Unidas resulta más imprescindible que nunca en esta época de múltiples contrariedades y de multitud de abusos. ¿Habrá algo más denigrante que la trata de seres humanos?. Pues resulta que en la Unión Europea se ha incrementado un veintiocho por ciento en tres años, llegando a convertirse en una de las mayores lacras del momento presente. Las afectadas, una mujer, mayor de edad, europea y explotada sexualmente. He aquí la verdadera Europa del retroceso, donde vidas y sueños se truncan como si nada sucediese. Esto, mal que nos pese, hiere el raciocinio, atenta contra el corazón de la especie humana y humilla hasta su propia razón existencial. No lo olvidemos. Yo sé que existo porque tú me recuerdas. Inmortalicemos este pensamiento.
Con urgencia tenemos que retornar a las raíces de la propia vida, la que todos nos merecemos, no la que nos quieren imponer los endemoniados poderes mundanos. Precisamente, la fundación de las Naciones Unidas constituyó un solemne avance, por su compromiso con la población del mundo de poner fin al diluvio de atropellos humanos, abriendo el camino a la esperanza. No podemos seguir sufriendo reveses en un planeta en el que todos somos hijos del mismo tronco. Demasiadas personas en todo el mundo viven con miedo y así no se puede subir a ninguna cúspide. Por tanto, sería saludable para el planeta, que coincidiendo con el Día de las Naciones Unidas (24 de octubre), se afianzara la unidad de la especie, puesto que ante la mundialización de los problemas, no hay otra salida que soluciones mundiales.
Hay que estar dispuesto a abrirse en el diálogo y también a compartirlo todo. No tiene sentido avivar la indiferencia ante el cúmulo de calvarios que viven algunos seres humanos. Tampoco es racional que las emisiones globales de dióxido de carbono procedentes de la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento no dejen de crecer, puesto que seguramente a final de este año volverán a marcar un nuevo récord. A lo mejor tenemos que empezar a vivir seriamente por dentro para reencontrarnos al menos liberados de comercios corruptos. Lo decía Gandhi, “no se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna”. En efecto, si uno no tiene la libertad interior, ¿qué otra libertad puede conquistar?. Por desgracia, cada día los ciudadanos somos menos dueños de nuestra patrimonial existencia. Hay que hacer algo por ser poseedor de sí. Cuando menos pensarlo. Población que no cultiva el intelecto, para empezar difícilmente puede vivir.
Efectivamente, la vida es un patrimonio que hemos de vivir en relación con los semejantes, de manera libre y responsable, en correspondencia con los intereses comunes, no con los privilegiados como viene sucediendo hasta ahora. Lo decía Albert Einstein, “solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida”. Y así es, hemos de adaptarnos a vivir en colectividad, adoptando el más alto nivel de ética y sentido social. Sin duda, Naciones Unidas es el foro perfecto para consensuar horizontes y estructuras más allá de las diferencias existentes. En este sentido, es preciso contraponerse a los intereses económicos miopes y a la lógica del poder de unos pocos. Su manera de actuar por si misma ya fomenta la exclusión. Disgrega sin miramiento, donde tiene que haber todo lo contrario, mayor unión. La situación que estamos viviendo, aunque esté directamente relacionada con factores financieros y económicos, es también consecuencia de una fuerte crisis de convicciones y valores. Debemos tener presente, que toda persona pertenece a la humanidad, y como tal, se merece la esperanza de un futuro mejor. Tampoco podemos acotar la libertad de movimiento. Verdaderamente causa espanto, y auténtico bochorno los intentos de salto de la valla de Melilla. Los flujos migratorios van a ir creciendo, pero esto a mi juicio no justifica las operaciones de violencia utilizada, que son, en todo caso, incompatibles con los derechos humanos.
Indudablemente necesitamos ser más persona, más ciudadano del mundo, y por ello, emigrantes y refugiados, indefensos y marginados, no pueden considerarse un producto de desecho sobre el tablero de la humanidad. No son peones o burros de carga. Cuántas víctimas de poderes corruptos deambulan por el mundo, sin que nadie les tienda una mano; porque a esta generación, sí la nuestra, le falta un genuino espíritu de profunda solidaridad y compasión. Las vallas de Melilla son el claro ejemplo de la cultura del rechazo, cuando debiera activarse la cultura del encuentro, de la hermandad en el mundo. Naturalmente, la vida no es para que la vivan unos pocos en detrimento de otros. Por eso la importancia de darle sentido, no en vano tenemos el deber de amarla, con todo lo que eso conlleva de misión armónica entre el cuerpo y el espíritu. En consecuencia, uno jamás debe darle la espalda bajo ninguna razón. Téngase en cuenta que vivir no es solo respirar, es obrar con coraje y decencia, y después dejemos, -como decía Molière-, que los murmuradores digan lo que les plazca.
Desde luego, nos iría de otra manera dejándonos escuchar por dentro. Los obstáculos a la vida, en muchas ocasiones, nos los ponemos nosotros mismos. En lugar de buscar el bien colectivo, seguimos con la testarudez del poder, del éxito, del beneficio a cualquier precio. Hay otros caminos de liberación, por donde transita el infalible amor, que no es seguir nuestras ciegas pasiones egoístas, sino la de la capacidad de discernimiento para escoger aquello que es un acertado camino para toda la humanidad. Tanto la libertad para vivir sin miseria como la libertad para vivir sin temor, son vitales para impulsar un mundo más humano. En cualquier caso, pienso que es hora de pasar de la era de la formulación de buenos propósitos y de los principios, a la era de los cumplimientos. Al fin y al cabo, tampoco es cuestión de sentirnos felices por ellos, sino de hacernos sentir persona en los instantes más cotidianos. De nada sirven los lamentos, lo único bueno que podemos hacer es intentar mejorarlos. Nunca es tarde para reconducirnos. Que lo sepamos. Ya se sabe, que la reflexión calmada, aparte de colmarnos de tranquilidad, suele desenredar igualmente todos los nudos de la vida.