Datos revelados por Consulta Mitofsky indican que el 15 por ciento de los mexicanos no necesitan “palabrotas” para comunicarse con los demás; sin embargo, un habitante de este país dice en promedio 20 groserías en una conversación cotidiana.

El espacio favorito para pronunciarlas es durante la convivencia con los amigos (63 por ciento), seguido por los compañeros de trabajo (36 por ciento) y la pareja (34 por ciento).

“Si las respuestas de los mexicanos se extrapolan buscando la incidencia nacional, tendríamos en el país más de mil 350 millones de malas palabras cada día o 500 mil millones al año”, dice el reporte.

Para algunos este dato indicaría que el país adolece de buenos modales, aunque si se ve desde el lado científico, también se podría pensar que México sufre poco. Richard Stephens, psicólogo de la Universidad de Keele, Inglaterra, reveló que decir malas palabras alivia más rápidamente el dolor.

A decir del experto, pronunciar palabras altisonantes altera el estado de ánimo y reduce la irritación, además de que la cantidad y simpatía hacia el uso de éstas depende del género y el estatus de las personas. “Las mujeres son las que menos dicen groserías y la gente de clase trabajadora es la que más las utiliza”, afirma.

¿CUÁNDO Y CÓMO?

Álvaro Gordoa, socio del Colegio Imagen Pública, considera que decir malas palabras es “benéfico y liberador”, pero en el terreno del protocolo es importante preguntarnos qué percepción damos cuando las usamos.

En su canal de Youtube explica que cuando estamos solos y hacemos un diálogo interno, un 20 por ciento de nuestra comunicación son malas palabras, cantidad que se reduce a menos de uno por ciento cuando estamos en público.

“El protocolo es flexible y así son las groserías. Hay tiempos, lugares y formas para todo. No es lo mismo que yo me presente en mi videoblog como un especialista en imagen pública, a cuando estoy con mis amigos viendo el futbol en una cantina, donde seguramente diré groserías porque es mi círculo”, puntualiza.

Las malas palabras tienen subdivisiones, Gordoa dice que no se tienen que utilizar de manera forzada, ni tampoco como una palabra común del vocabulario.

“Bienvenidas las groserías en contextos que sean para expresar emociones, hay que prohibirlas cuando son insultos o se usan para atacar. Además, no se debe tomar como machista, pero los estudios dicen que las malas palabras están más arraigadas en adolescentes y hombres, esto quiere decir que la mujer diciendo groserías en exceso será más estigmatizada, siempre tendrá connotaciones de mayor vulgaridad que un hombre”.

Aclara que tan negativo puede ser si las dice un hombre o mujer, si es que no se sabe manejar dentro del círculo adecuado. La regla de oro es que todos aquellos que no tuteas, no deben escuchar groserías de tu boca.

Gordoa cita que en Reino Unido tienen a la Advertising Standards Authority, que regula palabras que se pueden decir o no en televisión, papel que en México juega la Secretaría de Gobernación. Sin embargo, en el rol social no hay forma de medir a las personas para decir qué tan correctas son sus expresiones, por lo que él hizo un sondeo en El Colegio de Imagen Pública, sumado a lo que dictan estas instituciones, para llegar a un apartado de comportamiento.

En primer lugar considera que hay algunas palabras que son más de tabú que ofensivas. “Son como insultos de bebé y no están penalizadas; por ejemplo: popó”.

En México, asegura, son permitidas socialmente, “las que tienen que ver con madre, menos la que te la mandan recordar. Aquí se apuntan expresiones como: vale madre, está poca madre, a toda madre, qué poca madre tienes, está con madre, madres”.

Fuertes, pero válidas en un contexto social de amigos están las que se acortan y se convierten en frases como: “jijo de su, mtamadre o inguesu”. En el rango de las escatológicas, con su debido contexto, son permitidas algunas como: “es cagante, me caga, mierda; así como aquellas que se desprenden del verbo mamar”.

“Pendejo” y “Cabrón” pueden entrar si la relación con el otro lo permite, ya que ambas aparecen, más que como groserías, como ofensas.

La palabra prohibida que no tiene cabida en ningún contexto, dice Gordoa, es la que empieza con “v”.

Concluye que “todos decimos groserías, liberan, es catártico, pero hay que decirlas con gracia. Ocuparlas es analgésico, baja el estrés y libera endorfinas; pero hay que utilizarlas como una expresión, no como un lenguaje.