Cada día son más los obligados a desplazarse por el mundo. Unos lo hacen por subsistencia, otros porque las guerras no cesan y buscan refugio, algunos huyendo de los desastres naturales, mientras también los hay que caminan forzados por su afán aventurero.

El ser humano es un ser dotado para moverse de acá para allá. Cierto. Somos andariegos por naturaleza. Lo peor es cuando uno huye porque no le queda otra salida para poder seguir viviendo. Este es el problema, el de la desesperación que te fuerza a deambular sin rumbo fijo. Por desdicha, cada día son más los seres humanos que huyen hasta de sus propios hogares, porque dentro de su misma casa vive el autor de sus calvarios.

Lógicamente, moverse se ha convertido en una cuestión de vida para muchas personas. Esto es lo trágico. En consecuencia, se precisa una gran solidaridad en el mundo para acoger a tanto desterrado, para ponerlo a salvo y que pueda sentirse protegido por sus semejantes. Precisamente, en este mes de junio (el día 20), Naciones Unidas nos llama a celebrar el día mundial de los Refugiados, en un momento en que millones de mortales alrededor del mundo están siendo forzados a desaparecer de sus moradas debido a la guerra o a violaciones contra derechos humanos. Podíamos ser cualquiera de nosotros, por eso la comunidad internacional, a mi juicio, debe intensificar aún más los esfuerzos para que las personas puedan acoplarse a un nuevo horizonte, y más pronto que tarde, regresar a sus entornos aquellos que lo deseen y sí las condiciones lo justifican.

En este sentido, tenemos que aplaudir la generosidad de algunos países de acogida, los cuales vienen haciendo importantes esfuerzos por adoptar espacios propicios para el desarrollo multicultural, adaptándose a otras costumbres, conviviendo y compartiendo espacios comunes, mediante el acceso a los servicios públicos. Muchas personas no tienen otra opción que la desbandada, pero cualquiera de nosotros sí que tenemos la opción de auxiliarles, de ponernos a disposición para hacerles la vida cuando menos más fácil. Generalmente llegan desnutridos, hambrientos de paz y tiritando de miedo, a la espera de un abrazo que les de fuerza para olvidarse del desconcierto vivido. Son víctimas de tantas crueldades que una mirada de consuelo les alienta como el mejor manjar. Vienen de una larga e intensa lucha, con casi ninguna pertenencia, implorando comprensión y tolerancia. Están hartos de tantas hostilidades. Para ellos, somos la esperanza y también el temor a no ser comprendidos. En cualquier caso, no le trunquemos el sueño de preservar su libertad para sobrevivir, rehaciendo su vida destruida, alejada de su entorno o retornando a él.

La historia de cada desplazado es distinta, pero a todos les une un mismo afán, superar la adversidad y construir un futuro más digno. Verdaderamente son personas cargadas de valor, crecidas de valentía, con un tesón y una templanza admirables. Saben que el mundo no es destrucción, que la victoria más dura es la dominio sobre uno mismo, y se mueven deseosos de reencontrar un hábitat propicio para reiniciar una nueva aventura, que eso en parte también es vida. A pesar de tener muchas veces casi todo en su contra, los desplazados suelen conquistar el propio recelo para levantar vuelo tras las caídas. Tiene mérito no dejarse vencer y aspirar a renovados compartimentos de luz después de tantas noches.

Al fin somos vida y deseamos vivir como sea, como la mañana o el atardecer, como el futuro de un niño que todavía no ha nacido, o como los amantes que se dejan abrazar al cobijo de la luna. Naturalmente, nadie puede ignorar la presencia del que vive, más si es un ser humano sabiendo que consigo se revive el alma por muy enlutadas que las atmósferas crezcan. No necesitamos islas, palacios ni torres, pero si sentirnos acompañados por la entereza. Nadie llega a la cumbre custodiado por la cobardía. Evidentemente, esta grandeza pasional se refiere al espíritu del ser, a su expresión de bondad y bien en los instantes más cotidianos. Algo necesario a potenciar, sobre todo en las personas que malviven entre sombras, sin sustento y sin derechos, tan sólo esperando una mano que les ayude a reconquistar los anhelos perdidos.

Nos consta, que en la actualidad hay multitud de personas abandonadas a su suerte, por lo que el compromiso ha de ser mayor. Se precisa gente con coraje, dispuesta a darlo todo por tantas gentes desatendidas. Tenemos multitud de familias separadas por las guerras, desunidas por el caos y, lo que es aún peor, desorientadas, sin saber qué rumbo tomar. He aquí la raíz del mal. La lucha del ser humano contra los propios suyos, contra su mismo linaje. Esto nos debe hacer recapacitar en quién está detrás, a quién le interesa que suceda este desbarajuste, y por qué sucede este hervidero de tormentos. ¿Dónde está el impulso compasivo de ayudar a nuestros análogos? En ocasiones, parece que hemos perdido sensibilidad ante tantas noticias desgarradoras, como estas historias de desplazados forzosos que apenas nos conmocionan, pero que están ahí, solicitando nuestra asistencia.

Realmente, cuesta entender que mucha gente tenga que irse porque pasa hambre. Muchas no pueden reponerse y mueren en el intento, en ruta porque el cauce es largo para tanta debilidad. Tampoco suelen llegar medicamentos para socorrerles. Me imagino el dolor de los médicos que no pueden salvar vidas por falta de recursos. ¿Cómo puede pasar esto una y otra vez? Son historias que se repiten, son realidades que se van y vuelven, porque el ser humano por muchos avances que haya cosechado, ha dejado la más importante, la de vivir unidos, respetando las diferencias. La hospitalidad con el que nada tiene es otra de las asignaturas pendientes.

Indudablemente, faltan gestos de fraternidad y comprensión, mientras sobran discriminaciones y retrocesos. Por desgracia, en el mundo nos gobierna una cultura que verdaderamente es poco acogedora, donde proliferan los antagonismos en lugar de las concordias, y tremendamente interesada, lo que facilita que sea un fenómeno en continua expansión el tema de los desplazados forzosos. Sin duda, la tarea es cada vez más necesaria. Hay que dar respuestas concretas de cercanía y acompañamiento a seres humanos que viven situaciones monstruosas. Algo que nos debe interpelar continuamente.

Muchos grupos insurgentes o gobiernos represivos vienen cometiendo verdaderas atrocidades que han de cesar lo antes posible. Esto ocasiona persecución y violencia hasta el extremo de un aluvión de huidas forzadas. Algunos no tienen más remedio que utilizar a los traficantes para llegar de forma irregular y ponerse a salvo en países seguros. Aunque este drama viene de lejos, hasta el punto de haberse creado el Alto Comisionado de las Naciones para los Refugiados, no debemos perder la ilusión de seguir el camino de la auténtica integración, con una perspectiva mucho más abierta, en un marco de auténtico entendimiento y benevolencia. En suma, que amar no es únicamente suspirar por alguien, es sobre todo acariciar con la mirada y comprender respetando.