Últimamente había un cierto revulsivo en torno a Cuba que presagiaba algo relevante y no era precisamente el plantón a José Manuel García-Margallo por parte de Raúl Castro, ni la ausencia del primer mando de la isla en la Cumbre Iberoamericana que casi empareja con el premio Confucio de la Paz otorgado por el  gobierno de China al mìtico comandante Fidel Castro, ni mucho menos el repentino empatanamiento de las negociaciones entre Cuba y la UE.
 
Aquí obró una mano celestial. El 17 de diciembre, el Papa Francisco cumplió  78 años de edad y logró  el mejor regalo de cumpleaños: que unas horas después Barack Obama, presidente de Estados Unidos, sostuviera una llamada telefónica con su homólogo cubano. 

Dice el dicho que “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista” y el embargo comercial, económico y financiero impuesto por parte de Estados Unidos a Cuba llevaba ya más de medio siglo; configurando el bloqueo más largo en la Historia  por parte del gobierno de un país a otro.
Estamos siendo una generación de afortunados en comparación con nuestros padres y abuelos, convertidos en testigos mediáticos del desmantelamiento de varios muros del odio que ahora edifican los anaqueles de la Historia.
Obama se ha ganado un sitio no nada más por ser el cuadragésimo cuarto presidente de la Unión Americana y por contar con un premio Nobel de la Paz, si no por la próxima foto que  quedará en la memoria digital y de papel cuando en 2015 visite la isla e inaugure oficialmente una nueva etapa en las relaciones bilaterales entre el imperialsimo yanqui y el feudo castrista.
El presente con el pasado. ¿Se podrá enterrar aquellos momentos en que se afilaron las navajas de uno y otro lado? El mundo podremos perdonarles habernos puesto un par de veces al borde de otro cataclismo mundial. Los inolvidables trece días en que Cuba nos hizo temblar con los misiles soviéticos.
No sé si podremos olvidar tanta soberbia y si los cubanos podrán también perdonar haberse perdido, generación tras generación,  lograr sus sueños,  aspirar a la libertad de acción y de decisión; de morir en paz viendo  a su progenie en mejores condiciones de vida.
Me precio de visitar varias veces la Cuba castrista, espero regresar dentro de cinco años para tomarle  el puslo a lo que todos esperamos sea una reconfiguración completa -desde lo político hasta lo económico-, sin olvidar el tejido social ni mucho menos la compleja relación de la libertad vs los derechos humanos.
Por lo pronto que el Papa Francisco esté constituyéndose en un artífice para sentar el diálogo en aquellos conflictos que llevan tiempo candentes, no hace más que exaltar mi admiración por él. Habemus Papam, también se aprecia su sombra detrás de las FARC y la necesidad de pacificar Colombia. Me atreveré a enviarle una misiva solicitándole a su Santidad que por favor se apresure a mediar en el caso de México que acuda a rescatarlo de las manos del diablo.
A COLACIÓN
El proceso que enfrentará Cuba para insertarse en una economía de mercado no será fácil, como tampoco lo será el llevar a cabo un proceso de reforma política que construya todo un entramado institucional y  legal para gestarse una transformación democrática.
Quizá, el propio Fidel, esté ahora sí cada vez más consciente de que el reloj biológico está a punto de pararse y en medio de su senectud se cuestione cómo será juzgado por la Historia, ¿como un sátrapa? ¿el dictador cuya muerte provocó una revuelta civil y obró a favor de los anticastristas? Me parece que él mismo quiere provocar cambios en un país al que ha hecho suyo desde 1959.
El mundo de hoy en día no está para ver más dictaduras, éstas provocan indigestión, desde 2001 por distintas circunstancias han ido cayendo las más atroces; Castro -los Castro-, se han salvado arropados siempre por un grupúsculo de países inspirados en el tufillo “de la causa de la Revolución” y el oprobio de la globalización.
Yo diría que la economía cubana a ésta le va a costar más despegar al respecto de las transformaciones políticas. Primero habrá que garantizar la propiedad privada, fomentar la productividad entre trabajadores acostumbrados a hacer más o menos y recibir a cambio lo mismo, con una cartilla de racionamiento mensual que no es más que vivir en carestía.
Algún día contaré mis avatares en Cuba para comprar dentrifico y otros productos de higiene alguno imprescindible como mujer; narraré el cake de boda de la señora de Matanzas, su odisea por conseguir un huevo por amigo y familiar durante tres semanas para hornearle a su hija mediana una tarta con 12 huevos. Recordaré a aquella señora que me abordó en el lobby del Habana Libre para suplicarme que yo, desde la ciudad de México, franqueara una carta para su adorada hija casada en Veracruz y de  la que no tenía noticias desde hacía seis años. La señora me contó que en su trabajo le leían su mail y que estaba convencida que sus cartas no salían de Cuba.
Aún conservo en mi memoria los 58  minutos que debí aguardar en la cafetería del hotel para que el camarero nos trajera una torta cubana. Y lo asombrada que quedé cuando en un parque cercano observé una fila de más de dos kilómetros de personas con niños; curiosa como soy fui y pregunté para qué era: “Para canjear un vale por un helado Coppelia”, me respondió una señora cada vez más bronceada por el sol incesante.
No puedo más que regodearme de alegría por la caída de este muro, al final Cuba concede relevancia al imperialismo yanqui el mismo que a pesar del bloqueo y luego de la Helms Burton le vende a la isla todos sus granos más básicos.
Como economista seguiré muy de cerca  este laboratorio, el proceso de transformación de una economía que vive del trueque por otra de mercado. Urbi et orbi.