Alguna vez, amigo lector, ha hecho cuentas de cuánto dinero gasta en automedicarse o bien en acudir a una consulta médica particular. Muy al contrario de lo que se cree, el gasto “hormiga en salud” que realizamos los mexicanos es mucho más elevado de lo que imagina.

La OCDE señala que México gasta 600 dólares per cápita anuales en asistencia médica, lo que implica un desafío para la salud de las finanzas públicas y  disponibilidad sanitaria.

A nivel particular, los hogares mexicanos con todas sus presiones además deben aliviar la salud de sus miembros, lo que en promedio significa un gasto extraordinario y difícil de solventar.

Algunos otros datos proporcionados por la OCDE apuntan que los hogares mexicanos gastan de media en salud 4.5% del ingreso,  50% más  por encima del promedio de los países de la OCDE.

No obstante, cuando la situación es de franca emergencia, los hogares pueden gastar de forma extraordinaria entre 40% a 50% más de lo usual; a veces hasta llega a triplicarse ante la desesperación de dar por terminada la enfermedad después de recurrir a todos los remedios caseros, al botiquín de casa y a las recomendaciones del farmacéutico.

 El problema es que esa llamada “raza de bronce” de nuestros padres y abuelos ha menguado y las nuevas generaciones padecen todo tipo de alergias y enfermedades por mala nutrición y falta de ejercicio.

Para México, los jinetes del Apocalipsis, llegan en forma de  obesidad, diabetes,  males cardíacos y VIH-Sida.

Algo cambió en la dinámica poblacional del  país,  el mapa demográfico está siendo alterado desdibujando un nuevo rostro: una población menos fértil, más longeva, aquejada por una complejidad de problemas de salud ante un mayor sedentarismo, más tabaquismo, alcoholismo que empeora inclusive entre las mujeres, malos hábitos alimenticios y toda una serie de trastornos psicosomáticos y de carácter sexual.

Hasta en el renglón de la fertilidad y nacimientos,  los parámetros están cambiando: México es el país de la OCDE que más contrajo su tasa de fertilidad de un promedio de 6.7 hijos por mujer en 1970 a 2.1 en 2008, manteniéndose así hasta el año pasado.
A COLACIÓN

¿Qué está aconteciendo? ¿Por qué males impensables décadas atrás tienen actualmente atrapado el presente y futuro de varias generaciones?

Durante años en México hicimos sorna de la obesidad estadounidense ubicando el clásico estereotipo del gringo güero, ojiverde y obeso. La asociación inmediata era la de una imagen de una persona llevándose una gran hamburguesa a la boca acompañada de un litro de  coca cola.

Tiempo atrás no imaginamos siquiera que un día México mostraría mayores problemas de obesidad que Estados Unidos a tal grado que tres de cada 10 personas son obesas.

Malo por los adultos, más todavía por los bebés e infantes con obesidad, un grupo poblacional desprotegido y con una propensión  marcada para tal condición y con riesgos intrínsecos como la diabetes.
Soy muy sincera, jamás imaginé que el problema hubiese llegado a tal grado en  bebés y más aceleradamente entre la población infantil.

No obstante, en las salas de parto, cada vez es más frecuente observar nacimientos de bebés con pesos promedio superiores a 4 kilogramos y tallas mucho más amplias de lo común.

 Hoy en día, gracias a los avances en nutrición, sabemos que estar regordete y “cachetón” no es necesariamente síntoma ni de buena salud, plena calidad de vida o alimentación equilibrada.
A COLACIÓN

En  buena medida la nueva orientación  en la tendencia demográfica,  costumbres, salud, dieta alimenticia, comportamiento social y sexual tiene que ser resultado de un factor o varios factores y no sé, a ciencia cierta,  qué tanto pesa la variable económica dentro de todo ello.

A la OCDE le preocupa que México en el  futuro inmediato enfrente un grave problema de salud pública derivado de la obesidad, diabetes y males cardíacos; quizá, pasen de largo que ante el cambio en la tendencia sexual, la proliferación de la homosexualidad eleva  los contagios de VIH-Sida, hoy por hoy, uno de los padecimientos  cuyo tratamiento es de los más caros a nivel mundial.

Por eso es que decimos que, cuidar la salud, es una responsabilidad personal pero también un asunto de políticas públicas; entre más enfermos  mayor responsabilidad para las instituciones y mayor presión para el presupuesto.  Falta una buena campaña de incentivo a la población para hacer deporte y comer mejor.