Hace ya muchos años, en un diálogo inolvidable, mi esposa me dijo que deberíamos tratar que la decepción no se nos convirtiera en desencanto. Hablábamos de los amigos de aquí y de allí, de cómo y hasta qué punto nos cambian los años y son pocos, poquísimos los que atraviesan los abismos y tormentos de la vida conservando aquello que amaron, estimaron y conocieron en sus primeras décadas de vida. Confucio dijo que la amistad, la amistad verdadera tenía el perfume de las orquídeas, algo sin duda extraordinario ya que se refería las flores aéreas, que aspiran a la lejanía y la distancia sin por eso perder belleza. El parentesco tiene que ver con la raíz, rara vez con la flor, crece y se desarrolla en lo oscuro, en tanto que la amistad es una convergencia de miras, una simultaneidad de ideales y destinos. Claro que la existencia nos cambia y desvía o reorienta nuestro camino, lo que muchas veces implica separaciones de los amigos aunque no necesariamente de la familia.

¿Quién de nosotros no se ha decepcionado de algunos, tanto por pequeñas traiciones y despechos como al ver que lo que prometía ser un puente siempre despejado se convertía en un puesto de aduanas con sus revisiones, sellos y molestias? Aquel o aquella que nos dejaban ser nosotros mismos y que tal vez nos admiraban por eso, de pronto se irritan por nuestro modo de pensar, el cambio de nuestro gusto, la mutación de nuestras ideas. En ese punto, y tras la decepción debemos tratar de que ésta no nos desencante los días y las horas, debemos mantener, a la par que la mente abierta, libre de prejuicios a priori, el corazón sensible. Naturalmente que no es fácil hacer nuevos amigos cuando somos adultos, pero cuando eso ocurre son incluso mejores que los de una época temprana: nos sorprenden en la madurez y sin duda también la suya. Aparecen en nuestras vidas cuando hemos buscado, mal que bien, lo mismo que ellos. Y entonces vuelven la admiración, la sorpresa, la ilusión. Raras variedades de orquídeas a las que hay que contemplar con gratitud, pues pocas cosas hay en el universo más benéficas que la amistad. Sea como sea, es frecuente decepcionarse. Ocurre todos los días. Y para que el desencanto que le sigue a las decepciones no nos atropelle desprevenidos debemos buscar la manera de alimentar el encantamiento, una de las cuales es aprender a hablar con nosotros mismos sin temor, hasta que ese silencioso monólogo, esa risueña soledad poblada de palabras, de pronto atrae otras similares y el diálogo se abre como un polícromo abanico de posibilidades.

Goethe, que dijo tantas cosas valiosas, comentó que ´´lo cercano se aleja´´. Tal vez sea inevitable decepcionarse por ello, pero se puede luchar para que el encanto de la vida no nos abandone y deje desprotegidos, sin amigos ni gentes a las que, mucho o poco, poder apreciar.