La primera vez que leí a Andrés Oppenheimer me conmoví. Ese primer libro fue “México: en la frontera del caos. La crisis de los noventa y la esperanza del nuevo milenio”.1 El libro narra multitud de acontecimientos, asombrosos para millones de mexicanos, sucedidos entre los años de 1994 y 1997; examina la revuelta zapatista, sorprendente desde cualquier punto de vista si se considera que ese año se había aprobado el Tratado de Libre Comercio; y en teoría, México se metía de cabeza a una era de próspera modernidad; un año antes, en 1993, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo había sido asesinado en un supuesto enfrentamiento entre dos organizaciones criminales; volviendo a 1994, en marzo es asesinado Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia, y en septiembre, el Secretario General del mismo Partido, José Francisco Ruiz Massieu, cuñado incómodo de Carlos Salinas de Gortari. Sin embargo, el cierre del año hundió al país en una de las peores crisis de la historia nacional que sumió en la miseria a millones de mexicanos. Años más tarde, leí “Cuentos chinos”2 y poco tiempo después “¡Basta de Historias! La Obsesión Latinoamericana con el Pasado y las 12 claves del Futuro”.3

A muchas personas que conozco no les gusta Oppenheimer; lo sienten muy de “derechas”. Siempre hablando en pro de la libertad de mercados, de la falta de desarrollo en Latino América, de la parálisis de su política, atacando el atrasado modelo educativo de la región, o levantando un dedo admonitorio en contra del comunismo en su versión más tropical, etc. Yo no puedo evitarlo; me gusta.

Aunque su visión puede acusar una cierta parcialidad, el argentino no miente. Es cierto: América Latina, México en lo particular, con todo su potencial, es una región que no está a la altura de lo que su riqueza promete. Una pobreza obscena al lado de fortunas igualmente inmorales; frente a la impávida aquiescencia de los gobernantes en turno, sean del signo político que sean, quienes no pocas veces se apresuran jubilosos a hacer negocios de todo tipo y amasar cuantiosas fortunas en connivencia con empresarios corruptos.4

“¡Crear o morir! La esperanza de América Latina y las cinco claves de la innovación”5 no es la excepción; es un libro inteligente, informado y bien escrito; resulta de fácil lectura a partir de su estilo directo, sencillo y ameno. En él, el autor analiza el atraso de la región a partir del atraso de su política educativa y de una visión del modelo educativo que prescinde de la formación en ciencias, de la creatividad e innovación. En realidad, en cierto modo, el libro es una continuación del ya citado “¡Basta de Historias! La Obsesión Latinoamericana con el Pasado y las 12 claves del Futuro”. En efecto, la mayor parte de los países latinoamericanos continúan invirtiendo enormes sumas de dinero en educación con pobrísimos resultados y, para colmo, en áreas sin futuro.

El premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz afirma que en los próximos años “la educación será aún más importante que antes. […] Para prosperar, para ser competitiva, América Latina debe modernizar sus habilidades y mejorar su tecnología”.6 En 1965, el organismo predecesor del CONACYT, el Instituto Nacional de la Investigación Científica, señalaba que lo esencial y decisivo sería encauzar con acierto el impulso de un pueblo, induciéndolo a despertar y activar en él una creciente y noble ambición por el progreso científico, una mayor autosuficiencia, un conocimiento más pleno de su realidad y un mejor control y aprovechamiento de ella en su propio beneficio; a casi medio siglo de haberse pronunciado estas palabras, la ciencia y la tecnología mexicanas, como tales, prácticamente no existen. Así, en gasto doméstico bruto en materia de investigación y Desarrollo, México ocupa el último lugar de los países de la OCDE”.7 Además, ciertamente la tendencia ha sido a la baja.8

Hace casi 15 años, Juan Enriquez Cabot escribió: “El Reto de México. Tecnología y Fronteras en el Siglo XXI. Una Propuesta Radical”.9 En él, el autor recuerda la frase de Winston Churchill pronunciada en 1953: “Todos los grandes imperios del futuro serán imperios de la mente”;10 sobre esta premisa, el autor señala: “Los países más ricos ya no requerían grandes depósitos de oro y diamantes… ni territorios extensos… ni millones de gentes… Necesitan educar a su población”.11 Eso explica por qué países de dimensiones minúsculas compitan con éxito en los mercados internacionales, cuyo ingreso per cápita, según BM, se sitúa por encima del de México.12 La demostración evidente de que no se invierte lo suficiente en desarrollo e investigación tecnológica es el número de solicitudes de patente presentadas por residentes, a este respecto, México, como país miembro de la OCDE, ocupa “el último lugar en registro de patentes”.13

Estamos lejos pero todavía hay esperanzas -aunque el SNTE y el PANAL se empeñen arduamente en intentar hacernos creer o contrario-.