Se nos critica a las personas mayores por no adaptarnos al mundo moderno. Sin embargo, nosotros nos responsabilizamos por todo lo que hemos hecho y no culpamos a nadie por ello. Podemos, parafraseando a Neruda, confesar que hemos vivido.

A pesar de haber llevado algunos de los nuestros corbata a clase, de haber realizado una revolución sexual, de habernos rebelado contra los llamados valores tradicionales y de habernos movido con Los Beatles y los Rolling Stones, de haber viajado por medio mundo por nuestra profesión de periodistas o por sana curiosidad y placer no fuimos nosotros los que eliminamos la melodía de la música, el talento y el ingenio de las creaciones artísticas, la buena voz a la hora de cantar, el cuidado por nuestra apariencia exterior, la cortesía al conducir, el romance en las relaciones, el compromiso de la pareja, la responsabilidad de la familia natural y de la adquirida en el inefable mundo de la enseñanza universitaria, en mi caso; ni el aprendizaje y gusto por la cultura, el sentimiento de sabernos ciudadanos del mundo, el rechazo a las malditas guerras, a la explotación por bánksters, a paraísos fiscales, tráfico de armas y de seres humanos; y en cambio sí saber asumir nuestras responsabilidades sociales, familiares y políticas.

No fuimos nosotros los que eliminamos el sentido y conmemoración de la Navidad o del Yom Kipur o del Ramadán o de otras conmemoraciones culturales y de otras fiestas en escuelas y ciudades, el comportamiento intelectual responsable, el refinamiento del lenguaje, la dedicación a la literatura; la prudencia a la hora de gastar, la ambición por lograr ser alguien en la vida ni tampoco obviamos una dimensión transcendente de nuestras vidas. Seguimos celebrando el misterio de un cosmos en el que vivimos, nos movemos y somos. Y nos sigue apasionando saber, conocer y conservamos la capacidad de admirarnos ante todo lo que es autentico, justo, hermoso y bueno.

Y no somos los que eliminamos la paciencia y el respeto en nuestras relaciones con los demás.

Cierto, ya soy una persona mayor, pero todavía puedo coordinar un Taller de Periodismo solidario, mantener al año cien composteras de un metro cúbico cada una en mi universidad con el reciclaje del material orgánico de este campus de ciento cincuenta hectáreas de verde. De repoblar con árboles los espacios adecuados con la ayuda de voluntarios y de amigos, de compartir saberes en un Taller o con artículos en medios de comunicación y de ayudar a jóvenes periodistas a que mejoren su estilo en el ámbito de la solidaridad, de la justicia social y del medio ambiente. Todavía puedo caminar por un bosque cercano a mi casa y asombrarme ante la hermosura de los árboles, del silencio y la soledad sonoros, el cambio de estaciones, caminar bajo la lluvia y sentarme para saborear el momento y sentir la hierba, el canto de los pájaros y, luego, me voy así, como si nada, de novio con la vida, a disfrutar de una copa con otros matrimonios amigos en una terraza en la que llamas a los camareros por sus nombres y reconoces su trabajo bien hecho.

Todavía me acuerdo de cómo llegar a mi casa…aunque deba llevar un móvil al alcance de la mano por si aparezco en una gasolinera que no buscaba ni necesitaba. Todavía duermo bien pero me levanto a las seis para practicar meditación y luego me largo a mi universidad para trabajar como un autentico jubilado llenando de sentido mi tiempo liberado aunque la tarde me la pase en casa tumbado escuchando música y leyendo o escribiendo a antiguos alumnos y a amigos. ¿Que no me guste salir a cenar fuera?, pues hay otros momentos para disfrutar con amigos. Ya no escalo montañas ni practico deportes como antes pero, la verdad, no me queda tiempo para echarlos de menos. Cada momento y cada situación tienen su afán.

En efecto, ya soy una persona mayor, pero todavía puedo reírme de las críticas aunque a veces no pueda oír lo que dicen de mí. Todavía soy bastante bueno contando historias y vivencias aunque las repita varias veces. Cierto que me confundo al llamar a mis nietos o a mis alumnos de postgrado, pero ellos son comprensivos. Pero no creáis que me haya vuelto peleador ni intransigente. Simplemente que tengo edad para decir que hay cosas que ya no me gustan:

La congestión del tráfico, muchedumbres solitarias, música alta, la vulgaridad, ni ver a tantas personas enganchadas a sus iphones y aisladas en sus audífonos que parecen ir hablando solas; ni a los politicastros que padecemos, ni tantas otras cosas que ahora no recuerdo.

Acéptennos como estamos, porque como somos no hay la menor duda.